martes, 20 de febrero de 2007

ESTOCOLMO: LA CIUDAD Y EL AGUA


(Para otra exposición de fotografías del Colegio de Arquitectos de La Rioja, esta vez sobre Estocolmo, me tocó escribir algo sobre el carácter acuático de la capital sueca; fue en 1997.)

El éxito popular de Venecia como ciudad sobre el agua ha provocado no pocos intentos de emulación en todo el mundo, por lo general más literarios que reales. Y así, cuando una ciudad posee unas pocas vías de agua en su interior se le denomina alegremente la Venecia del Norte, la Venecia tropical, la Venecia rusa o hasta la Venecia ártica.
Pues bien, lo primero que el viajero o el estudioso de las ciudades tiene que hacer para entender Estocolmo, es quitarse de encima ese fatal latiguillo publicitario de la Venecia del Báltico.
Estocolmo surge más o menos como una ciudad intermediaria entre un impresionante archipiélago de unas 24.000 islas (!) y el continuo peninsular, en un territorio laberíntico donde agua y tierra se entrecruzan y encuentran una y mil veces confundiendo cualquier intento de geometrización.
Así que si hubiera que establecer alguna analogía con Venecia sería con un gran salto de escala: si en la famosa ciudad de la laguna el callejero de tierra y agua se retuerce y requiebra en cada manzana hasta hacer perderse al turista, en Estocolmo es el territorio del entorno, con islas, lagos y brazos de mar, el que obra la confusión. La Estocolmo primitiva, apiñada en el contorno de una isla más o menos circular, la que hoy se conoce como Gamla Stam o ciudad vieja, con un callejero medieval perfectamente entendible, no tiene nada que ver con Venecia. Y sin embargo, cuando en su crecimiento a través de los siglos ha de saltar de isla en isla hasta ocupar trece o catorce de ellas (según dicen...), sí que adquiere entonces ese aspecto caótico que en una muy diferente escala pudiera asemejarla con la popular ciudad del Adriático.
Quede claro entonces que en Estocolmo no hay estrechos canales ni puentecitos de escaleritas y suspiros, sino lenguas de agua de un archipiélago que se apiña hasta hacerse tierra firme, y largos y anchos puentes de tráfico rodado que comunican unas islas con otras.
Las experiencias de encuentro entre la ciudad y el agua en Estocolmo (y así mismo las fotografías de esta sección de la exposición) pueden agruparse en tres tipos: 1, las fachadas de la ciudad sobre el agua; 2, el agua como problema de cohesión urbana; y 3, el retorno al archipiélago.

1. Las grandes superficies de agua tranquila (en el mar no suele pasar) frente a una ciudad juegan el papel de amplias plazas o grandiosos parques desde los que se puede obtener una perspectiva general de sus fachadas, haciendo que la propia ciudad tome conciencia de ellas.
La más famosa fachada urbana de Estocolmo sobre el agua es la de la ciudad vieja sobre el algo Saltsjön en el muelle denominado Skeppsbron, donde cada casa aparece separada de la de al lado y en donde irrumpe el imponente Palacio Real con un escala mastodóntica y una curiosa charnela en rampa respecto al caserío rematada por la iglesia Storkyrkan al fondo.
La fachada de la Strandvägen aparece sin embargo en empalizada, como corresponde a las características de ensanche decimonónico del que surge.
Completamente diferente, la fachada del Södermalm o isla del Sur muestra la complejidad de sus escarpes y laderas en el apiñamiento y estratificación de los edificios, que miran al agua desde una verticalidad estupendamente simbolizada en el ascensor Katarinahissen.
La fachada más veneciana, en fin, la constituye en exclusiva la singular pieza del Ayuntamiento, que contiene en sí misma, y por capricho de su arquitecto, los inconfundibles recuerdos del Palacio Ducal y del Campanile de la Plaza de San Marcos.

2. El cosido de las islas a través de los puentes es uno de los puntos más traumáticos de la ciudad porque nunca se consigue a través de ellos una efectiva conexión formal urbana, rompiéndose, fatalmente, la continuidad de la navegación.
Los puentes de Estocolmo se han ido ensanchando a lo largo de sucesivas reformas e incluso haciéndose de dos pisos, para permitir el intenso tráfico rodado y ferroviario, y parecen unas tristes y grandes grapas tecnológicas ajenas a las formas urbanas y a la grandeza del paisaje.
La mirada sobre los puentes es, sin duda, la más dura y compasiva que se puede tener sobre la ciudad de Estocolmo.

3. Pero tanto hacia el lago Malaren como hacia el archipiélago exterior, la ciudad se libera de sus problemas y vuelve al encuentro con la naturaleza. El agua recupera definitivamente su protagonismo como vía de encuentro y comunicación, y las casas, los edificios institucionales, y hasta las fábricas, surgen en sus riberas mirándose plácidamente en el agua y mostrándose para ser vistos desde ellas.
En esta experiencia urbana y paisajística, el espectáculo de las casitas unifamiliares situadas en el bosque y junto al agua, e inflamadas por la luz de los larguísimos atardeceres veraniegos, ofrece unas de las más singulares imágenes que puedan darse en la conjunción entre naturaleza, ciudad y agua.

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