lunes, 26 de marzo de 2007

ARQUITECTONICA / José Ricardo Morales


(Publicado en el nº 48 de la revista Archipiélago.)

A la hora de reseñar un libro lo primero que hay que decir al lector de la reseña es si vale la pena leer el libro reseñado, o si leerlo va a ser para él un gozo o, incluso, si le será de utilidad. En el caso de que el libro en cuestión, además de incremento de conocimiento del lector, pueda ser, con toda probabilidad, una referencia insoslayable para él, el reseñista ha de aconsejar claramente sobre su compra y tenencia. Pues bien, puestas estas reglas del juego, resuelvo esta reseña diciendo al lector de la misma que vaya y se lo compre, que lo lea, que lo subraye y que lo guarde entre los diez libros de teoría de la Arquitectura que han de constituir su mejor fundamento de saber arquitectónico.
Y cuando haya acabado el lector con ese proceso, rásguese las vestiduras maldiciendo al mundo editorial de la arquitectura por habernos privado a los lectores españoles durante más de treinta años de un libro de tal cualidad mientras se ha publicado tanta basura. Item más, antes incluso de quitarse los harapos, llénese una buena copa del mejor vino y brinde por la afinidad o incluso por la amistad de un hombre tan cercano en las preocupaciones y tan lejano geográficamente como pueda ser José Ricardo Morales, un malagueño emigrado a Chile en 1939, de quien yo no tenía ni idea, pues nunca nadie me había hablado de él ni en las escuelas, ni en las páginas de arquitectura de revistas y periódicos. Bueno, y como un vino siempre es poco, póngase luego otro para celebrar que, aunque tarde, las cartas siempre llegan, y que eso es lo bueno de ser lector.
Dicho todo esto, resumir los contenidos del libro, hacer alguna correción, o sugerir alguna adenda (tareas propias del reseñista) me parece poco pertinente, sobre todo porque con dos vinos en ayunas ya me he puesto muy alegre, y con los ojos chispeantes sólo se me ocurre contar dos tres cosas sueltas que las mismas tres partes del libro me han traído a la memoria.
Cuando era joven e inexperto y me había recién instalado en provincia, tuve la ocurrencia de presentar una comunicación a un Congreso de Historia y Arte, en la que trataba de pensar, sí, sólo pensar, sobre unas casas solariegas del siglo XVIII, aquí en La Rioja. Los organizadores prestaron escasa atención cuando la leí, porque iba firmaba por un arquitecto y no un historiador, y posteriormente recibí una carta en la que un, así llamado, “comité científico” del Congreso desestimaba su inclusión en la publicación de las Actas del mismo. A los tipos que organizaron tal Congreso o a los eruditos del “comité científico”, de cuyos nombres no quiero acordarme, les dedico (y me pongo un vino más) la primera parte del libro de Morales en la que ridiculiza con humor y elegancia, y pulveriza inmisericorde, a toda esa forma de hacer historia estilo siglo XIX (¡pero aún vigente en mi provincia, ...y en tantas otras...ay!) que considera que la arquitectura son colecciones de hechos, o leyes de procesos.
Animado como estoy con tres vinos, felicito seguidamente a José Ricardo Morales por la crítica tan certera que en la segunda parte del libro hace a las teorías clásicas, para las que la arquitectura es un objeto formal concluso, o a las funcionalistas, en las que se confunde el tocino con la velocidad. La crítica a la arquitectura conclusa es del máximo interés y conecta directamente con las propuestas de Manuel Iñiguez de una arquitectura abierta al tiempo y al lugar (véase Archipiélago nº 34-35, pág. 100). La teoría espacial, a la que le da un tercer sillón, creo que no es sino parte de la propia teoría clásica, y que ahí se despistó un poco Morales por el reciente éxito, en aquel entonces, del best seller de Zevi (al que le da un merecido varapalo), y porque acaso la idea del espacio podía ensombrecer la mucho más intensa de lugar (pág.128) a la que dará paso en la tercera parte de su libro.
Hace algún tiempo, en la Historia de la Teoría de la Arquitectura de Hanno-Walter Kruft, me sorprendió encontrar entre los primeros tratados sobre arquitectura las famosas Etimologías de Isidoro de Sevilla. No he tenido nunca acceso a tan famoso libro, pero el de José Ricardo Morales, bien pudiera ocupar su lugar por cuanto que el método utilizado para fundar una teoría de la arquitectura no es otro que el etimológico: con sólo atender a lo que dicen y nombran las palabras ya tenemos el saber teórico en nuestra mano y ya podemos, por tanto, “hacer” arquitectura. A partir de ahí cumplimenta y complementa a Heidegger ensanchando el sentido del habitar de la arquitectura, hacia el poblar de la ciudad; todo muy bien, y lo de la representatividad de la arquitectura que luego añade, también. Pero creo que al final no acierta del todo con la crítica a la ciudad extensa como amenaza pública a la arquitectura (pág. 203). Si el esfuerzo teórico es un esfuerzo etimológico, el fin de la arquitectura no es tanto su extensión indefinida (metrópoli) como el mal que va asociado a su exagerada magnitud en el viejo mito de la torre de Babel, –aunque no tomada ahora como confusión de lenguas sino como enajenación de la propia. Para muestra un botón: la colección de la editorial Biblioteca Nueva en que se publica el libro de Morales se llama mismamente “Metrópoli” y se subtitula “Los espacios de la arquitectura” (!!??). Si la colección se hubiera llamado “Claudia Schiffer”, y subtitulada “Manuales de Estética”, no hubiera sido mucho más desacertado y es posible que tendría más ventas.
Pero no se me haga mucho caso de lo que digo, que seguro que es por efecto del vino de la celebración.

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